Quién eres? Me pregunto.
Una mancha, una sombra,
un perfil inacabado
Un dibujo en un trozo de papel,
pequeño espacio donde te escondes o juegas
a esconderte insinuándote a través
de los mensajes que dejas en mi buzón.
Esta mañana creí oír cómo alguien se acercaba
a la puerta por el jardín, dudando por momentos
si lo que escuchaba, en vez de unos pasos sigilosos,
no sería más que el sonido del viento
anunciando la llegada del otoño, elevando en remolinos los millares de hojas que a su paso encontraba.
Pero tenías que ser tú, el hombre misterioso,
aun cuando al abrir la puerta no hubiera nadie,
ni nada se intuyera en la penumbra.
Sólo un sobre sin franqueo sobresalía por la ranura
como llamándome y, cuando lo abrí
allí estaba de nuevo, el mismo dibujo,
un rostro misterioso oculto tras la silueta
de un caballo blanco, el mismo flaco rocín que me miraba fijamente como queriendo decirme algo,
como si me conociera.
Reconozco que a veces tengo miedo.
Algo en mi cabeza bulle tratando de recordar
y me dice que busque dentro, que allí está la respuesta.
Cierro así los ojos para concentrarme, pues todo
es confuso y dudo si esto es real, dudo si estoy despierta
o si sueño. De pronto un nuevo ruido en el exterior
me pone alerta y abro bien los ojos acercando
mi rostro hacia el gran ventanal del salón de la solitaria casa donde vivo. Tal vez sea la tormenta que amenaza mientras sigue soplando el viento y cae la noche, cubriendo el bosque con su negro manto, implacable. El mismo bosque donde crecí jugando a perseguir a los animales, y por cuyos senderos tantas veces anduve camino a la escuela. Los mismos troncos que el pájaro carpintero agujerea incansable buscando alimento y cobijo, aquellos donde ululan los búhos en la noche… ¡Pero ahora soy ya vieja! tantos años han pasado de eso que mis cabellos ondean blancos
cual las crines del caballo de la imagen.
Pero ¡Silencio, escuchad! Mi corazón se ha parado unos instantes, segundos que parecen horas en los que la luz espectral de un rayo revela, asomado tras un árbol,
la cara de un hombre que me mira fijamente sujetando las riendas de un caballo. Más parece fantasma que humano. Ya ni llega a mis oídos el atronador sonido que acompaña al rayo, permaneciendo detenida en mi memoria esa cara que se me muestra ahora definida, nítida, sin veladuras. ¡PADRE! ¡PADRE! ¿Eres tú, padre?!
De pronto empiezo a recordar otra noche, otra tormenta
y otra luz que me trasladan al pasado
hasta un día concreto de mi niñez.
Revivo así el abrazo y los besos que me diste padre,
sintiendo caer por mis mejillas tus lágrimas
sin que sepas que finjo estar dormida, mientras me prometes bajito al oído que volverás a buscarme. Ahora sé porque nunca he querido irme de esta casa. Recuerdo que desperté más tarde por el sonido de un disparo seguido de más disparos. Se oyen voces lejanas. Madre dijo que te ibas para unirte a la resistencia. De nuevo, de vuelta al presente,
una sensación de paz me invade mientras escucho, ahora sí con claridad, unas pisadas que se acercan, y me levanto despacio para abrir la puerta. Junto al vano me miras sonriente ofreciéndome la mano y la montura. Llegó la hora de cumplir una promesa, y de iniciar un nuevo viaje, me dices. Yo también sonrío.
Apago la luz y cierro la puerta.
Texto:Gema Lucas
Taller de lectura y escritura creativa del Centro Cultural Julio Cortázar. 2024.
Collage Analógico: Rosa Prat Yaque.
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