Taller lectura y escritura creativa. CCJC.

domingo, 21 de enero de 2024

Taller de lectura y escritura creativa 1,2,3


Máquina de escribir. 1    




Qué triste me siento con todo lo que he trabajado
y ahora me veo que no valgo nada.
Con todas las cartas y documentos que he escrito.
Se pueden contar por millones y millones. 
En algunos momentos me tienen arrinconada. 
En otros estoy en un museo de exposición. 
¿Y eso te pone triste? Tienes que estar orgullosa.
No quiere decir que te eliminen para siempre,
sino que te dejan ahí para recordarles
lo que has valido en tus años mozos.
Con esto quiero decirte que hay que seguir luchando. 
Estás alrededor del mundo en los museos y, mientras, las nuevas tecnologías nos ponen al corriente.
El día a día nos enseña. 
La mano del hombre vale poco, sobramos las personas. 
Tendremos que reciclarnos todos. 
Adiós, máquina de escribir. 


Texto: Maria del Carmen Martín
(Taller de lectura y escritura creativa del Centro Cultural Julio Cortázar. 2024) .
Collage analógico: Rosa Prat Yaque. 

























 


Lo hemos dicho muchas veces. Cuando en la antigüedad un viajero contaba las maravillas que había contemplado en los exóticos lugares que había visitado, los oyentes construían en sus mentes una representación visual de aquellos paisajes, monumentos o personajes de los que hablaba el viajero.  Cada representación era diferente a las de los otros porque cada uno la imaginaba filtrando la descripción del viajero a través del tamiz de sus propias vivencias. Así es que podríamos decir que un relato se transformaba en mil imágenes, tantas como oyentes lo escuchaban. Con la aparición de la imprenta, allá por el siglo XV, esos relatos orales podían replicarse en cientos o miles de libros impresos y dar lugar a millones de imágenes diferentes en las mentes de sus lectores.

Hasta mucho después de la imprenta, las imágenes solo podían plasmarse en cuadros y grabados. La gente podía verlas en los templos y en los palacios. Eran muy útiles, sobre todo, para transmitir ideas e ideologías entre la población analfabeta. Pero aquí también se multiplican las representaciones de las ideas que el autor había pretendido transmitir, entre las personas que contemplan la imagen.

Con la fotografía parecería que ya se había conseguido la objetividad. Ahora el espectador se enfrenta a una representación de algo real, no creado por la mente del autor y que, por tanto, no necesitaría de palabras que la expliquen. Sin embargo, tampoco en este caso es así.

Volvamos a la imagen surgida de la imaginación del autor y entremos en mi imaginación como espectador de esa imagen.

Objetivamente en la imagen se contemplan varios elementos identificables, como una máquina de escribir primitiva, dos mujeres con vestidos de época, una niña de cuento de caperucita con un gran perro tendido a sus pies y un hombre con chaleco y corbata que aparece detrás de un filtro velado sobre el que figura el texto: “..n último consejo, si me lo p..”.

La primera idea que me ha surgido es la de un linotipista encargado de imprimir un libro, repasando uno de lo renglones de plomo que formará parte de una de las páginas. Una biblia, por ejemplo, cuya difusión impresa hizo surgir el protestantismo, representado por la mujer de la derecha, o la popularidad de los cuentos infantiles de la tradición oral centroeuropea, representada en la niña con capucha, o las grandes y largas novelas del siglo XIX de la señora de vestido largo con sombrero que esconde el rostro detrás de un velo.

Lo malo de plasmar por escrito la impresión que te produce una imagen es que ya te crea una asociación permanente. Es igual a que el autor le hubiese puesto un título: linotipia. Está imponiendo al espectador la interpretación de su idea.

Ocurre como en el principio de incertidumbre de Heisenberg, que al observar una partícula cuántica fijamos su estado concreto entre los infinitos estados en los que se encontraba simultáneamente antes de observarla.

Texto: Luis Bengochea (Taller de lectura y escritura creativa del Centro Cultural Julio Cortázar. 2024) . Collage analógico: Rosa Prat Yaque. 

 





















THE WRITTER 3



Estimado Sr. John Walker, tenemos el honor de concederle el primer premio de escritura en nuestra tercera edición por su magnífica novela “La ciudad del silencio”. Tenga la amabilidad de subir al escenario a recoger su premio.

¡Qué noche aquella! Oír los aplausos del público durante unos minutos eternos, sin saber si las lágrimas que caían por mi rostro eran de emoción o de tristeza. Pero no quisiera adelantarme.

He de contarles que me inicié en esto de la escritura gracias a la máquina de escribir que heredé de mi padre. Nunca pensé que sería para mí, pues tengo hermanos mayores que por derecho les pertenecía, así que imaginen mi felicidad cuando dijeron que eso de escribir no era para ellos y la miraron como un objeto de menor valía. Creo que desde que supe que sería mía pude escuchar su llamada incitándome a tocarla, a sentir el tacto de sus teclas, excitando mis sentidos para que no pudiera vivir sin ella. Cierto es que no sabía usarla, pero con paciencia conseguí familiarizarme con su ciencia. Fue así como surgieron en mi mente tantos poemas y relatos, hasta novelas largas, como la del premio que acabo de recibir nada menos que de la British Society. Pero en todos mis escritos, siendo a veces alegres, otras tristes, incluso crueles o sangrientos, siempre he tratado de dar sonido a las voces que claman ser escuchadas desde la sombra, como las de tantas mujeres que ocultan su inteligencia por temor a ser injuriadas y agredidas por vivir en una sociedad dirigida por hombres. He creado así cuentos y leyendas de heroínas y de guerreras, de mujeres que curaban y de niñas que estudiaban.

Mi querida máquina de escribir, tan bella, tan negra, ¡siempre tan reluciente! Oliver se llama, o al menos ese nombre consta en la base que sustenta las níveas teclas que enmarcan las letras constructoras de eternos mensajes. Tengo que agradecer a mi amable editor que dichas letras quedarán impresas sobre papel, luchando por llegar al mayor número de lectores posibles, peleando por perdurar en el tiempo y el espacio ¡quién sabe si algún día llegarán hasta la luna! Mi editor que, oculto tras una red, se ha hecho mi cómplice al esconder un secreto que pocos saben. ¡hasta aquella noche!

¡Mágica noche! Aun resuena aquella voz en mis oídos ¡John Walker, Suba al escenario!, le esperamos ansiosos, dice el presentador mientras los aplausos no dejan de sonar. Es en ese momento cuando veo los ojos de quien sé que me ama clavados en los míos, enviándome un mensaje claro. Mis ojos que, luchando por contener las lágrimas, miran a su amado sabiendo lo que tiene que hacer. Por fin el miedo se desvanece y mi cuerpo se eleva avanzando con determinación hasta subir al escenario para alzar la voz sobre el silencio que se ha creado súbitamente:

Buenas noches, me llamo Elisabeth Walker. Es para mí un honor recibir este premio por este libro que he escrito con tanta ilusión y esfuerzo, como tantos otros, gracias a la ayuda de mi amado esposo que me ha apoyado y prestado su nombre para que ustedes hayan tenido a bien leerme. Y, aunque el título de mi libro sea “la ciudad del silencio”, espero esta noche poder generar mucho ruido. ¡Muchas Gracias!

Afortunadamente, tras un momento de silencio eterno llegó el ruido. Al principio ruido de silbidos, más después ruido de aplausos, muchos aplausos y hasta algún bravo contenido. ¡Maravilloso ruido!

Dedicado a todas las mujeres escritoras que tuvieron que ocultar sus verdaderos nombres para dar a conocer su obra.



Texto: Gema Lucas (Taller de lectura y escritura creativa del Centro Cultural Julio Cortázar. 2014) . Collage analógico: Rosa Prat Yaque. 







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