Todos nuestros movimientos están cronometrados a cada instante.
No te veo por ninguna parte. Me sudan las manos,
y por la frente, bajo este sombrero de lana que me protege, me corre un sudor frío.
Este sombrero es lo que necesito en estas circunstancias.
Siempre me otorga un aire distinguido,
un porte honorable a la vista de todos con los que me cruzo
y ante los agentes de policía que merodean por aquí, vigilantes y armados. Así, paso inadvertido.
Y tú, Gladis, sin aparecer. Debo entregarte el maletín, es lo único que tengo claro y el tiempo avanza sin tregua.
Es mi cometido, mi objetivo a cumplir. No sé lo que contiene pues es alto secreto.
Mi función es el de un mero emisario que se juega su futuro
como no aparezcas enseguida, Gladis.
En la llamada que recibí ayer en mi oficina del piso 23 del número 18 de la Quinta Avenida,
una voz irreconocible, me dio una orden precisa: Acudir hoy a la estación portando una vez mas la maleta roja.
Me dio tu descripción. Irías vestida con un traje de chaqueta de color verde, el mismo que el del dinero -pensé yo-
cruzado, ciñendo tu cintura y con un tocado a juego. Posiblemente llevarás tacón alto de aguja
y medias con costura, marcando con altivez tu paso abriéndose entre la gente.
Esto último lo añado yo, que te imagino como una mujer sofisticada.
Pero quien me llamó nada me dijo sobre cómo actuar si no te presentabas.
El andén sigue vacío en esta gélida noche del mes de Enero.
El tren estará ya a punto de arrancar.
Los empleados ferroviarios han empezado a vociferar a los que permanecen
resguardados del frío en la sala de espera de la estación. Se oye al fin: ¡Pasajeros al tren!
El tren me está clavando su mirada de cíclope.
Con esa luz, como la de un faro que en la niebla
es capaz de abrirle ese sendero de hierro que discurrirá bajo sus ruedas.
Como por encantamiento, acudo a tomarlo de un salto, dispuesto
esta vez sí, a jugarme la vida con mi maletín rojo.
¡Esta vez no regresaré!
Texto: Ana Fernández
(Taller de lectura y escritura creativa del Centro Cultural Julio Cortázar. 2024) .
Habría que entrar en su interior para conocer qué ocurre
dentro de su cerebro y analizar minuciosamente su pensamiento.
¿Está contento porque le encanta viajar y evadirse así de las tareas cotidianas
que tanto odia y que tantos disgustos le traen a veces
por falta de entendimiento con los que le rodean?
Aunque se trate de un viaje de trabajo, que es lo que parece que se desprende de su atuendo:
traje de chaqueta negro y sombrero a juego, y la corbata que se intuye en su pechera,
quizás de color rojo a juego con la maleta.
Y se intuye de ese color porque cualquier otro que hubiese
elegido desentonaría tremendamente con el conjunto.
Sumergido en su esquema mental en el que parece no haber otra cosa
en la vida que el gusto por la profesión,
ni conversación que no tenga que ver con la profesión.
Es probable que pase el viaje repasando mentalmente
su horario de los próximos días para que no se olvide ningún detalle
y que todo salga perfecto. Y lo curioso es que cuando acabe todo esto
y ya en el viaje de vuelta, su mente seguirá centrada en lo mismo y repasará paso a paso
el triunfo de su empresa recordando todo lo sucedido y pensando ya en una próxima ocasión.
Sin embargo, también podría darse el caso contrario, el del hombre
que viaja forzado sin interés ninguno por la misión que deberá cumplir en los próximos días,
rodeado del miedo que da la inseguridad de poder desempeñar exitosamente el trabajo.
Y que vive como una pesadilla las noches de soledad en el hotel
y que cuenta constantemente los días que le quedan
para cumplir su cometido y que echa de menos el calor
de su hogar y que piensa
constantemente en los suyos.
Este hombre tratará inmediatamente de olvidar la vivencia pasada
y hará todo lo posible por evitar los pensamientos
que le transporten a una probable próxima vez.
Aunque en una tercera interpretación podría suceder que el hombre vive el agobio,
el nerviosismo, la desesperación que produce el hecho de pensar que no llega a tiempo de coger el tren;
Esa desesperación que se da algunas veces en los sueños
y que hace que uno se despierte con la lengua fuera,
de la misma manera que si hubiera corrido la maratón del siglo y que necesite un tiempo
para reaccionar y darse cuenta de que todo ha sido un sueño.
En cualquier caso, entiendo que una imagen puede prestarse a miles de interpretaciones
casi tantas como personas viven en el mundo,
a lo que habría que agregar los diferentes estados de ánimo
en que se puede ver sumida una sola persona.
Cada uno que piense lo que quiera.
Texto: Lina Molina
(Taller de lectura y escritura creativa del Centro Cultural Julio Cortázar. 2024)
Collage Analógico: Rosa Prat Yaque.
A la derecha de la amplia tela, emergiendo de la nada, la figura de perfil de un hombre vestido con traje de chaqueta negro y sombrero a juego coronando su cabeza, de pelo también negro. El detalle de la mínima visión de un cuello blanco, nos deja intuir una camisa blanca bien planchada aportando un contraste sutil al romper la monotonía cromática de su atuendo. La mano izquierda del hombre sostiene con firmeza una cartera grande de cuero marrón claro. Esta cartera, al estar en primer plano, parece ser más que un accesorio, es quizás un vínculo tangible con su identidad, una conexión con un mundo exterior que se intuye distante.
En el lienzo bañado en una luminosidad clara y nítida, resalta la figura del hombre pero la atención del espectador es llevada más allá. El hombre, en apariencia pausado, dirige su mirada hacia el fondo del cuadro, donde emerge otra obra enigmática: Un tren esquemáticamente dibujado sobre un recuadro luminoso en un tono gris verdoso. Este segundo cuadro dentro del cuadro parece fusionar dos mundos distintos, evocando la nostalgia y la melancolía de la partida, sugiriendo un viaje simbólico o quizás la representación de un destino que no por conocido es menos enigmático. Tres líneas, que bien pudieran ser cables, interconectan la presencia humana y la maquinaria impersonal que avanza en la distancia.
La escena evoca la soledad y la contemplación propia de la obras de Edward Hopper, donde la interacción humana con entornos urbanos y medios de transporte adquiere un matiz melancólico y una suerte de desconexión emocional. Esta atmósfera contemplativa, la cuidadosa composición, la iluminación y la narrativa silenciosa, transportan al espectador quizá a un momento nostálgico de aquellos años 60/70, capturando el recuerdo de esa época a través de una cierta poesía visual. Podría ser un homenaje al maestro del realismo americano.
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